miércoles, 13 de enero de 2016


Análisis

para tomar en consideración. 


★★★★★★★★★★

Detectando peligros en la calle 

(parte I): cosas que sabotean



Amanecer cualquiera en esta ciudad de locos: dos horas de cola, noticias de radio y desesperación absoluta por el retraso de camino al trabajo. Jorge nota a los dos tipos que se fijan mucho en su carro desde la acera, pero entre el aburrimiento y el hambre lo deja pasar sin pensar mucho en ello, como esas sombras que a veces se ven de reojo y ante las cuales los supersticiosos prefieren hacerse los locos, no vayan a resultar siendo espantos en vez de simple fatiga ocular.
Pero como en todas las películas, los espantos vuelven. Esta vez “de la nada”, palabras de Jorge, para robarle celular, reloj y algo de su orgullo.
“He debido verlo venir”, nos cuenta en el taller sobre hábitos seguros mientras te mueves por la calle.
-Has debido, pero no sabías cómo – Le respondemos -.

El ojo avizor: Método y hábito

Detectar peligros en la calle no es asunto de suerte, instintos, ni destrezas paranormales. Es un asunto de método y hábito. Es algo que debe ser aprendido y luego incorporado como una segunda naturaleza cuando nos movemos por la calle.
No estamos inventando el agua tibia, observar la calle es algo que se enseña desde hace años en cualquier materia de Tácticas Policiales de cualquier academia de policía que se respete. Es también parte del pensum de formación de un curso de escolta medianamente serio.
La primera parte del método, al menos como nosotros lo damos, es desarrollar el estado mental adecuado para aprenderlo. Esto requiere aceptar una idea incómoda:
El lobo existe… Y puede venir por tí.
Si una persona no tolera la idea de que un ser humano pueda causarle daño a otro, difícilmente va a ser capaz de aceptar que ese par de tipos con mala pinta tienen malas intenciones y son claramente una señal de peligro. Evadimos lo que nos incomoda y, como en el caso de Jorge, preferimos hacernos los locos no vayan a resultar ser espantos.
Desarrollar el estado mental adecuado comienza por superar algunas cosas.

Ser disciplinado con los niveles de atención

No vamos a hablar ahorita de Condición Amarilla, sino de simplemente el acto de manejar su foco de atención en la calle.
Recientemente salió un estudio que comprobaba que sólo el 2% de las personas son capaces de hacer dos tareas simultáneamente, mientras que el resto de los mortales sólo somos capaces de alternar la atención entre las dos. Si no me cree, trate de escribir algo coherente mientras lee otra cosa en voz alta.
Nuestro nivel de atención es como una linterna en un cuarto oscuro, tiene un foco que alumbra fuerte ciertos sectores y toca de refilón otros. Si quiere ver bien una esquina, debe dirigir la linterna y dejar de alumbrar lo que veía antes.
El problema es que en la calle hay demasiado que alumbrar. Cada vez que nos concentramos en una tarea: atender un teléfono, usar un telecajero, mirar a alguien, atender a un hijo… Nuestra linterna se enfoca allí y pierde manejo del entorno. Como dice el diccionario, atender es “mirar” algo, cuando “miramos” algo, dejamos de ver lo otro.
El problema no es prestar atención a algo, sino decidir a qué y por cuánto tiempo. Recuerde que cada vez que lo haga estará dejando de ver otras cosas. Sea disciplinado con sus niveles de atención y no se entretenga más de lo necesario.
Ideas preconcebidas
Uno de los ejercicios más curiosos que hacemos en el taller sobre Hábitos seguros en la calle es mostrarle a los participantes un video real de un secuestro exprés frente a un telecajero, en el cual uno de los cómplices viste con corbata.
En todos los talleres la gente se sorprende por lo mismo: el tipo con la corbata. Incluso hay quienes pareciera que se indignan ante la ignominia de atreverse a malandrear con una corbata puesta. Esto forma parte de las ideas preconcebidas sobre cómo creemos que debería lucir una persona o situación sospechosa. Lo que no debe hacer es prejuzgar a priori basándose únicamente en la apariencia, o partir de la idea de que la gente peligrosa luce de una forma particular. En todo caso, más importante que cómo luzca es cómo se comporte (más de esto en otra entrega).Considerar la apariencia como un factor de análisis no es mala idea. Si usted está en un sitio costoso y nota a sujetos mal vestidos, inmediatamente va a desconfiar. Pero la apariencia es sólo un factor, no el determinante y depende del contexto. Sujetos mal vestidos saliendo de una construcción pueden ser obreros, no sociópatas, por ejemplo.

La actitud asumida frente a la señal de peligro

Se dice que 8 de cada 10 personas han detectado el peligro antes de que les sucediera, es típico escuchar “vi a los sujetos y no me gustaron”, “sabía que algo andaba mal”, etc. Pero el problema nunca ha sido detectar el peligro, algo para lo que su cuerpo está tremendamente bien diseñado, sino qué hacer cuando lo tiene enfrente.
Millones de años de evolución han convertido el cerebro humano en una poderosa máquina para anticipar y detectar peligros, apoyándose en los cinco sentidos, una memoria privilegiada, la capacidad de razonar y un sistema de respuestas emocionales antes estímulos externos sumamente especializado.
El asunto es el mecanismo de defensa psicológica que activamos ante una situación desagradable: negar el peligro. Existen cuatro actitudes clásicas de la gente cuando cae en negación, aún teniendo al lobo de frente:
Asumir que no pasa nada: restarle importancia a la señal. Tratar de dar una explicación perfectamente lógica e inocua a por qué ese tipo nos sigue por un callejón oscuro o por qué ese carro extraño está parado frente a nuestra casa.
Hacerse el loco: evitamos hacer contacto visual con la persona que no nos gusta, miramos para otro lado como si no nos hubiéramos dado cuenta de que está allí. El diálogo clásico:
-No me gusta ese tipo de allá
-¿Quién? – dice el acompañante mientras voltea a ver de quién se trata.
- ¡No voltees! ¿Estás loco, a ver si se molesta y nos agrede? Vamos a hacer como si no lo hubiéramos visto.
Y uno se pregunta: ¿si un perro gigante le ladra usted también mira para otro lado y se hace el loco, o echa a correr?
Esperar a estar 100% seguro de que hay peligro: Hay gente que en lo que ve una señal de peligro hace exactamente lo contrario de lo que la Naturaleza nos enseñó a hacer: irse del sitio. Mucha gente nota el peligro, pero espera a estar convencida antes de actuar, quizás con la esperanza de que sea una falsa alarma.
Una anécdota de un participante en el taller:
“Caminaba hacia mi carro y veo esta moto con dos personas que baja la velocidad y se orilla unos metros más adelante, como esperando para ver cuál era mi carro. A mi de entrada no me gustaron, así que comienzo a caminar más lento para ver qué hacían. Los tipos quietos, como esperando. Cuando voy a abrir la puerta se me acercó el parrillero, era un atraco”.
Sin comentarios…

Malicia, una de las mejores herramientas

“Piensa mal y acertarás”, en seguridad es una de las máximas de las que no es bueno olvidarse. Detectar es la habilidad de anticiparse a algo, para ello debe ser capaz de detectar y actuar primero que el otro, incluso aunque no tenga confirmado que es una amenaza.
Cúrese la pena de reaccionar, aprenda a expresar desconfianza sin miedo a lo que piensen de usted. Y recuerde: si tiene la sensación de que algo va mal, es cierto.
Ante la duda, actúa.
Más en próximas entregas.
Por: Ernesto Carrera
Escuela de Proteccion Personal

sábado, 9 de enero de 2016

Leyendas de las Artes Marciales.

Sōsai Masutatsu Ōyama 


★★★★★★★★★★

Dijo:
"Un hombre de carácter podrá ser derrotado, pero jamás destruido..."

“forjar el hierro mientras está caliente” 

★★★★★★★★★★
“Mientras los dos discutían, el japonés se puso la mano detrás de la espalda al cinturón y sacó un cuchillo, y esgrimiéndolo en el aire se acercó. Cuando el japonés estaba lo suficiente cerca para clavar su arma, se echó sobre su oponente. En un instante el Coreano paró el ataque y con el brazo izquierdo lanzó un golpe de revés que se estrelló contra la cara. Hubo un ruido horroroso, como cuando se raja una sandía madura. El japonés estaba muerto antes de caerse al suelo, matado de un solo golpe. El Coreano tuvo suerte porque el japonés era un mafioso sospechoso de varios asesinatos: el tribunal le dejó en libertad con un severo aviso.”
Ese incidente quizás fue el punto decisivo en la vida de Hyung Yee de 24 años, quien más tarde adoptó el nombre japonés de Masutatsu Oyama. Sus puños eran fuertes, demasiado poderosos para golpear la carne y huesos humanos. Oyama se dedicó a pelear contra bestias salvajes, con la única ayuda de su manos, a destrozar árboles y piedras, botellas y tejas, ladrillos y tablas. En 1960, el New York Times le llamó “el hombre más duro del mundo”. Pero según Oyama, “El hombre más poderoso del Karate es también el más débil. El se da cuenta de que puede matar a un hombre con un solo golpe y entonces ha de aprender a controlarse. Empecé a tener pesadillas en las cuales la mujer de ese hombre japonés lloraba por la muerte de su marido”, dijo Oyama. En ese momento decidí cambiar mi vida completamente. En vez de convertirme en un líder de una banda, elegí otro camino en la vida y me convertí en Instructor de Karate”.

La vida del Maestro
Nació en 1923 en el sudoeste de Corea, unas 180 millas al sudoeste de Seúl. Era el cuarto hijo de Sun Hyung, en una familia de seis chicos y una chica. Oyama vivía en una finca bastante grande y su padre era terrateniente y alcalde del pueblo.
Oyama asistió al colegio primario Yongee donde jugaba fútbol y participaba en carreras de cross, pero muchas veces hacía novillos e iba a nadar, pescar, hacer montañismo con sus amigos. Su entusiasmo juvenil, sin embargo, lo reservo para el “Chabee”, una combinación coreana de Jujitsu y Kempo. En el colegio daban clases de Chabee y el pequeño Oyama de 9 años nunca faltaba.
En esa época un jornalero de Corea del Norte fue a trabajar para el padre de Oyama. El nuevo trabajador era un experto en Artes Marciales. Después de días de persuasión, el niño consiguió que le enseñara Chabee y Boxeo Shaolin. Entre los 9 y 13 años, Oyama practicó todos los días con el experto coreano. Dejó las clases sólo cuando tuvo que irse a vivir con su tía en Seúl para asistir al colegio secundario. Como Oyama siempre andaba metido en peleas con los otros tipos duros en la calle, fue enviado a Japón a una academia militar en la prefectura de Yamanashi.
En 1937, Japón en guerra con China, estaba convirtiéndose en un campo armado. El joven coreano rápidamente aprendió japonés y cambio su nombre. Durante los dos años que estuvo en Yamanashi empezó sus estudios de Karate Shotokan. Pero Oya- ma no quedó satisfecho con su enseñanza y se fue a Tokio para seguir su aprendizaje. El joven, entusiasmado por el Karate, se matriculó en la Universidad de Taku- shoku, la cual por aquel entonces ofrecía pocas clases de Karate. Sin embargo, ya había sido aceptado para entrenar donde, Gichin Funakoshi, el padre del Karate, daba clases con su hijo. Durante dos años, dos horas al día, Oyama estudió Karate con Funakoshi, y poco a poco se convirtió en una máquina mortal de lucha. Cuando cum- plió 18 años, Japón estaba a punto de entrar en guerra con América e Inglaterra. Oyama fue recluta- do por el Ejercito Imperial. Estacionado en Tokio, no perdió tiempo en apuntarse al Kihokai, una sección del Butokukai especializado en la enseñanza de espionaje y tácticas de terrorismo guerrilla.
Sin saberlo Oyama, una banda de 15 estudiantes de Kihokai opuestos al presidente Hideki Tojo conspiraron para asesinarle. La conspiración fue descubierta y los líderes se hicieron Hara Kiri pero los otros miembros, incluyendo Oyama, fueron encarcelados. Dos semanas más tarde Oyama fue liberado, y quedó muy afectado por la traumática expe-riencia.
En esa época Oyama conoció al coreano Cho Hyung Ju, especialista en Goju Kai, y durante los siguientes dos años, Oyama estudió con él. Más tarde, durante los agitados días de la postguerra, Oyama se reencontró con Cho Hyung y una vez más se hizo su estudiante. Pero después de un año de entrenamiento intensivo, su Profesor le dijo, “Te he enseñado todo lo que se. Solo pelearás más y mataras más gente si sigues esta manera de vida. Te aconsejo que vayas a un Templo y medites el camino que tomara tu vida: desperdíciala o ponla al servicio de algo positivo”.
Fue arreglado que Oyama trabajara en un Templo budista en Mt. Minobu y durante los siguientes tres meses se ocupó todos los días desde el amanecer a la medianoche cortando leña, transportando cubos de agua, y otras tareas domésticas. Pero la vida de monasterio no le iba al inquieto Oyama, quien se quejaba que no tenía tiempo para entrenar.
Poco después de su vuelta a la capital, Oyama fue presentado al Tenshichiro Ozawa, un político y hombre de estado. Ozawa convenció a Oyama que debería ir a las montañas otra vez y quedarse allí por lo menos un año, viviendo solo, persiguiendo una vida simple, practicando Karate y desarrollando su fuerza.
Mas Oyama viajó al Mt. Kiyosumi en la cercana prefectura Chiba. Allí vivía en una pequeña y rústica choza con vistas al océano Pacífico en el borde de la península Boso. Ozawa le envío 50 dólares cada mes para cubrir sus gastos.
Mes tras mes, Oyama practicó Karate siete horas diarias así como meditación. Paseaba por el bosque cortando ramas de los árboles y destrozando piedras. Pronto desarrolló callos tan gruesos y duros que los cantos de sus manos parecían machetes y sus puños unos martillos.
Después de 18 meses, dejaron de llegar los cheques de Ozawa y se rumoreaba que estaba involucrado en escándalos de corrupción y que había sído encarcelado. Entonces bajó Oyama de su refugio al pueblo de Tateyama, al lado de la playa. Los vaqueros japoneses debían asombrarse cuando un tipo delgado, salvaje, y con el pelo largo, iba a sus ranchos y pedía pelearse con uno de sus toros con sus manos desnudas. “Todos pensaban que estaba loco”, recuerda Oyama, “pero seguía rogando una oportunidad”. La reputación de Oyama creció debido a sus luchas contra toros. De cuarenta veces que lo intentó, en 36 ocasiones corto los cuernos de un golpe de “Shuto” y mató tres toros retorciéndoles el cuello.
EL HIERRO CALIENTE SE FORJABA
Junto a su estudiante Yasuhiro, Oyama se fue a la montaña de Kiyosomi en el distrito de Chiba, allí construyeron una cabaña, donde no había ninguna comodidad, no había electricidad, ni agua, ni gas, no tenían periódicos o radio, así se llevaron la colección de Yoshikawa sobre Musashi además de una lanza, una espada, un rifle y algunos utensilios de cocina. Empezaron por un acondicionamiento físico duro, pero la visa aislada en la montaña era muy dura. La soledad y los sonidos les creaban pesadillas, pero lo contrarrestaban con una disciplina de entrenamiento.
Empezaban corriendo a las 5 de la mañana, después golpeaban los árboles usados como makiwaras con mil repeticiones de cada técnica. Por la tarde usaban rocas para hacer ejercicios de pesas para tener más fuerza y golpeaban a sacos de arena. Pero era una vida muy dura y una noche su alumno se fue. Ahora Oyama estaba sólo y únicamente tenía la compañía de su amigo Kayama que venía una vez al mes con la comida y otras necesidades que financiaba el político y mecenas Ozawa, y lejos de relajarse la soledad hizo a Oyama intensificar su entrenamiento.
Seguía corriendo al amanecer y después de desayunar, lo empleaba la educación física por la tarde era sólo para el entrenamiento de karate, donde desarrollo sus técnicas de rompimiento con las rocas y perfeccionó sus saltos con técnicas de pierna sobre arbustos de lino, que crecían rápidamente lo que hacía más difícil la ejecución de los saltos.
Al atardecer meditaba en zazen y leía textos budistas, también tocaba la flauta de bambú y pintaba. Desarrollo el estudio el círculo y el punto para su karate y empezó a fraguar la idea de que sí conseguía más fuerza podría luchar con un toro a manos desnudas.
Pero tanta soledad hacía dudar de sus planes. Oyama escribió a So Nei Chu: “en estos tiempos civilizados dudo en usar métodos tan primitivos de entrenar, si yo pudiera, mis entrenamientos serían más eficaces en la ciudad”. En la siguiente provisión de vivieres, vino la contestación tan ansiada. En ella vio que a través de esos entrenamientos formaría su carácter y autodominio, para ser un poderoso Karateka.
Por consejo de So Nei Chu, se afeito la cabeza y una ceja, y cuando crecía una se afeitaba la otra, eso le dio inspiración para no volver a la civilización hasta conseguir sus objetivos, y cuando dudaba volvía a releer la carta. Los resultados se empezaron a mostrar, y una tarde logró romper una gran piedra por la mitad, la cual había fallado una y otra vez. Su pelo creció mucho y decidió afeitar sus cejas tres veces antes de terminar su estancia en la montaña. En los pueblos cercanos se extendió el rumor de que un monstruo vivía en la montaña, era Oyama con mucha melena lo que ellos habían visto.

En el año 1960, Mas Oyama finalizó y publicó su libro “¿Qué es Karate?”, viajando a Nueva York para promocionar su obra y extender el Arte del Karate.
Oyama causo sensación allá por donde fué y permaneció en la ciudad de los rascacielos por un periodo de cuatro meses en los que no paró de realizar exhibiciones y abrir delegaciones de su método. Aunque fue en el año 1961 cuando cambió el nombre de su estilo de Karate y lo bautizo como “Kyokushínkaí”, no fue hasta el 1963 que Mas Oyama construyó el Cuartel General de cuatro plantas en lkebukuro, Tokio. El Dojo principal está en el segundo piso, pudiéndose acceder al entrenamiento en otros Dojos de dimensiones más reducidas en el sótano y primer piso. Más de 200 karatekas entrenan allí diariamente y Mas Oyama afirmaba que probablemente hubiese 20.000 practicantes de Kyokushinkai en Tokyo y unos 50.000 en todo Japón. Su sistema está en más de 45 países y no fue hasta el año 1969 que se celebró el primer “All Japan Karate Tournament” bajo su supervisión.
Antes de retirarse deseó hacer realidad un sueño. Crear un gigantesco centro de Karate que sirviese como Central para una Federación Internacional de Karate… “tardaré años en conseguirlo, pero una vez que esté hecho, me podré retirar tranquilo”.
Finalmente, su sueño no pudo hacerse realidad. En Mayo de 1994 murio víctima de una enfermedad. A pesar de su controvertida personalidad, para unos orgullosa e insolente, a todos los practicantes que no pudieron conocerle, fue un ejemplo de disciplina física y espiritual. 


Sosai Masutatsu Oyama resumió toda su filosofía en las Artes Marciales en estos 11 lemas, también conocido como Zayu no Mei Juichi Kajo, los cuales tienen una central importancia en su enseñanza. Para ello se ayudó del eminente escritor EIJI YOSHIKAWA (Autor de la novela biográfica MUSHASHI)
-El camino en las Artes Marciales comienza y termina con cortesía. Por lo tanto sea siempre propiamente y genuinamente cortés.
-Perseguir el camino de las Artes Marciales es como escalar un precipicio - continúe hacia arriba sin descanso. Demanda una absoluta y firme devoción a la tarea emprendida.
-Esfuércese por llevar la iniciativa en todas las cosas, protegiéndose todo el tiempo de acciones derivadas del egoísmo de la animosidad o descuido.
-Aún para el practicante de las Artes Marciales, el lugar del dinero no se puede ignorar. Mas uno debe tener cuidado de no apegarse demasiado a él.
-El camino de las Artes marciales se centra en la postura. Esfuércese por mantener siempre la postura correcta.
-El camino de las Artes Marciales comienza con mil días y es perfeccionado después de diez mil días de instrucción.
-En las Artes Marciales, introspección engendra la sabiduría. Siempre vea la contemplación en sus acciones como una oportunidad de mejorar.
-La naturaleza y el propósito de las Artes Marciales son universales. Todos los deseos egoístas se deben asar en el fuego moderado de un entrenamiento duro.
-Las Artes Marciales comienzan con un punto y terminan en un círculo. Las líneas rectas provienen de este principio.
-La esencia verdadera del Camino Marcial sólo puede descubrirse a través de la experiencia. Conociendo esto, aprende a no temer nunca su demanda.
-Siempre recuerde; En las Artes Marciales, las recompensas para un corazón seguro y agradecido son sinceramente abundantes.

Descanse en paz, Masutatsu Oyama




viernes, 8 de enero de 2016

Historia de las Artes Marciales.

ARMAS DEL KOBUDO DE OKINAWA

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Todas las formas de lucha con armas, como las antiguas Artes Marciales en Oriente o las Medievales Europeas poseen ciertas semejanzas. En Occidente, el caballero se le entrenaba no sólo en las armas de la guerra, sino que iniciaba su entrenamiento con el uso del palo, ya sea largo simulando a una lanza, o corto simulando a una espada, esto hoy día se ha perdido, aunque en Oriente lo conserva como armas tradicionales en distintas disciplinas. El estudio durante siglos de las armas de las antiguas Artes Marciales, ha resultado en el desarrollo o creación de las distintas variedades de sistemas y disciplinas. Estos sistemas pueden estar divididos en dos grupos básicos: Artes Marciales Buguei y Artes Marciales Budo. La forma Budo se desarrolló del Buguei y de las formas Jutsu.
El Kobudo, o arte marcial ancestral de Okinawa, ha caminado junto a distintas artes marciales, si bien, con el Karate de una manera más próxima. Maestros de la talla de Matsu-Higa, Chatan Yara, Sakugawa, Soeshi Denuchi, Sichiyanaka, Hamahiga, Tawada, Aragaki, Matayoshi, Yabiku Moden, Siken Taira, Funakosi, Mabuni, Kyan, Akamine, y un largo etc. dan prueba de ello.

A diferencia de las artes marciales clásicas en las que se utilizaba armas convencionales como la espada, la lanza o el arco, el kobudo o kobujutsu utiliza armas de origen campesino en su mayoría. El manejo de las armas de kobudo fue desarrollándole en Okinawa con fines defensivos. Algunos maestros de To-de o de Okinawa-Ti incorporaban en su sistema de lucha el manejo de Bo, Sai, Tonfa (éstas sobre todo), etc. siendo más efectivos a la hora de entrar en combate. Este arte no era enseñado como disciplina marcial (Kobudo) hasta el siglo XX.

Las diferentes armas que componen el arsenal de kobudo eran trabajadas por determinados poblados. Los campesinos utilizaban las Tonfas, Nunchaku, Kama, etc. Los pescadores, el Eku (el remo), etc. Y cada uno guardaba sus técnicas en secreto. Fue a principio del siglo XX cuando dos maestros contribuyen de una manera notable en dar a conocer este arte. Yabiku Moden, maestro de Shorei Ryu, recopila todas las técnicas y conocimientos de las armas de Okinawa, tras recorrer los distintos pueblos del archipiélago. Para mantener toda esta cultura creó alrededor de 1920 en Naha la "Ryukyu Kobujutsu Kenkyu Kai". A partir de entonces se adopta el termino "Kobujutsu" para hacer referencia a todas esas técnicas. El otro maestro, contemporáneo de Yabiku Moden, que se interesó por el Kobujutsu fue el Maestro Sinko Matayoshi. A diferencia del anterior, éste incorporó en su sistema, además de los conocimientos de las técnicas de las armas de Okinawa, técnicas de armas Chinas.

Fue en las primeras décadas del siglo XX cuando se dio a conocer el karate y el kobudo de Okinawa en Japón. Pero a pesar que en las clases de karate se enseñaban una o dos armas, aún el kobujutsu seguía siendo desconocido por gran parte de los japoneses. Yabiku Moden y su alumno Siken Taira fueron dos maestros que contribuyeron a la difusión de este arte. Otro maestro importante en la difusión del kobudo fue el hijo de Sinko Matayoshi, Shinpo Matayoshi, que a la muerte de su padre en 1947 empezó a enseñar su sistema. A principio de 1960 fundó la Federación de Kobudo de las Ryukyu. En la actualidad existen numerosas organizaciones de Kobudo en Okinawa, pero la mayor parte de las escuelas provienen de estos dos maestro: Yabiku Moden y Shinpo Matayoshi.

En la actualidad, el uso de armas tradicionales y de otras más modernas, se ha convertido en algo habitual dentro de las Artes Marciales, si bien es cierto que en la mayoría de los casos corresponde a una práctica supeditada a un Arte principal, como el Kung-fu, el Kobudo, el Kendo, el Iaido, etc. Esto ha creado una visión generalizada y superficial de las armas orientales, además de las seudo-armas, que por razón de la defensa personal moderna o del mercado actual, han visto la luz en nuestros días. Muchas de estas armas provocaron la aparición de escuelas y disciplinas, diferenciándose entre sí en las técnicas desarrolladas a partir del uso de las mismas, e incluso muchas otras escuelas adoptaron diferentes armas para enseñar y perfeccionar los movimientos direccionales, movimientos de transición, alineación corporal, equilibrio, coordinación o simplemente para enriquecer más su propia escuela.

En general, en todo Oriente y de forma progresiva, hacen imprescindible el aprendizaje de las armas en sus distintas disciplinas, conservando el principio de las técnicas peculiares de cada arma y la adaptabilidad a ellas en orden sucesivo como algo necesario al entrenamiento.
Existen muchas armas, cada una de ellas con su historia y su técnica. El conjunto de todas ellas, quedan integradas en la práctica del Budo y las armas utilizadas junto con la practica del karate en su lugar de origen, Okinawa, recibe el nombre de Kobudo, siendo estas empleadas como complemento a la practica del karate o como arte individual. Estas armas se derivan de instrumentos que utilizaban los habitantes de Okinawa (campesinos y pescadores) en su vida diaria. Estos utensilios utilizados como armas son 28, de las cuales estudiaremos las mas importantes, estas armas son: Bo, Sai, Tonfa, Nunchaku, Jo, NuntiBo, Sansetsukon, Kwae, Eku, Kama, Timbei y Rochin o Seiryuto, Tekko, Techyu, Manji Sai, Suruchin, Kurunma-Bo, Tshimo tsuki no kama, etc.